miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Hábitos? ¿Quién los forma? ¿Cómo se forman?

Les compartimos una reflexión, enviada por nuestra dirigente Lic. María Bonilla.

Cada persona, desde el inicio mismo de la concepción, recibe influencias del medio que le rodea, lo cual moldea continuamente su manera de actuar. Todo esto le permite construir su propio estilo de vida, su propio sistema de creencias.
Su concepción de disciplina surge de esta construcción subjetiva, que define su actitud ante la vida. Estará presente en todo su quehacer y será modificada por las exigencias del medio cultural en cuanto a comportamiento social se refiere.
Los valores, ideas, sentimientos, experiencias significativas definen los hábitos de cada ser humano. Aquí la formación que reciba la persona, así como las demandas del contexto (familia, escuela, trabajo, comunidad, etc.) serán la clave para ejercer un determinado rol en la sociedad. Para ello, la labor de los docentes, los padres y los otros más competentes son los llamados a colaborar en los procesos de formación de la disciplina, para alcanzar los sueños y los proyectos de vida de los niños y adolescentes que nos encomendó Dios.
En muchas ocasiones observamos a padres y madres ofreciendo premios si sus hijos logran resultados óptimos en la escuela. El éxito por sí mismo constituye la satisfacción personal que cada estudiante debe interiorizar como su meta.
Sin embargo, lo primero que debemos hacer para el mejor provecho del estudio es tener claras las metas. El éxito en su cumplimiento reside en la búsqueda imperiosa de satisfacer una necesidad. Si los padres abordamos todas las necesidades que tienen y tendrán nuestros hijos y no les permitimos que paulatinamente ellos trabajen en la búsqueda de alternativas para la solución de sus problemas, siempre dependerán de otros para lograr sus propósitos.

Desde las tareas escolares hasta las labores que algunos consideran como insignificantes (tender la cama, recoger el plato o el vaso después de utilizados, o realizar una investigación sin la supervisión de un adulto), deben efectuarse por la satisfacción individual de una necesidad: mirar la habitación ordenada, obtener una buena calificación, obtener un título, entre otros. De esto depende el éxito. Frecuentemente escuchamos a padres de familia expresar su deseo de que a sus hijos nunca les falte nada, y los miramos esforzarse por cubrir todas sus necesidades con el fin de que no sufran o para mitigar la angustia por la culpabilidad de no permanecer mucho tiempo con sus hijos.

A tal punto han llevado su desesperación por evitar que sus hijos no se enfrenten con el fracaso, que a menudo encontramos a los padres pagando tutores continuamente para reforzar lo visto en clase y asegurar un resultado satisfactorio en exámenes.

En otros casos, observamos a los papás y más usualmente a las mamás, llegar de sus trabajos a “sacar materia para sus hijos”. Les hacen cuestionarios, simulacros de pruebas, preguntas orales, entre otras muchas formas de asegurar el buen rendimiento. Sin embargo, a menudo luego viene la decepción. Nuevamente su hijo reprobó. ¡Pero si eso lo sabías! ¿Qué pasó? Los tutores y los padres y madres que estudian la materia sí la comprendieron. ¿Por qué el estudiante no?

Sencillamente no les permitimos que por sí mismos inicien la búsqueda de alternativas para la solución de problemas. Si un estudiante sabe que siempre tendrá quién aborde su lagunas, sus tareas y sus conflictos, poco esfuerzo hará para comprender los nuevos conocimientos.

En este sentido, son los padres los llamados primeramente a colaborar en la conformación de la disciplina de su hijo, vista ésta como una actitud positiva ante la vida. Una actitud que le permitirá conocer sus habilidades, sus talentos y sus áreas débiles. A partir de un conocimiento previo, requerirá de andamios que le permitan organizar su tiempo y disponer de herramientas nuevas para enfrentar las tareas que se le presenten. Cuando por algún motivo no logre alcanzar la meta propuesta, el estudiante sabrá que debe regresar y reiniciar la labor. Sólo en casos particulares, será necesaria la ayuda de alguien más para aclarar nuevamente el panorama. Poco a poco, irá configurando una madurez para enfrentar nuevos retos y por consiguiente niveles más altos de desarrollo.

Por supuesto, la disposición de cada persona viene dada por su interés, su grado de compromiso, la organización y por el conocimiento acerca del modo como aprende. Tener metas claras y tener un compromiso por lograrlas con elementos básicos para planear y organizar el tiempo, será de ayuda para formar hábitos sistemáticos y coherentes con las exigencias del mundo en que vivimos.

Así pues, para que nuestros hijos logren buenos hábitos, la estructura necesaria está dada por las condiciones en que les permitamos vivir. Por lo tanto, los sistemas educativos colaboran en formación de una concepción de disciplina mediante la sistematización de normas claras coherentes con un sistema de valores que haya sido reflexionado. La coherencia entre los ideales de los padres de familia, de la institución educativa y de los mismos estudiantes permitirá una sistematización de los hábitos y ninguno tendrá la posibilidad de atender a salidas fuera de las expectativas de la excelencia. Juntos, escuela, familia y el mismo educando, configuran los hábitos necesarios para una mejor calidad de vida.

Fuente: Está publicada en varios sitios en internet, uno de ellos es http://www.psicopedagogia.com/habitos

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